viernes, 14 de septiembre de 2012

The Feeling box.




Intento saber quién soy. Abro la caja de sentimientos, los observo, los analizo y los dejo estar. Más tarde, tras varios minutos mirando hacia el mar, vuelvo a poner fin. Cojo la caja y la cierro. No quiero ver más, he visto suficiente, recordado e imaginado bastante.

            Unos días después, miro hacía la calle, miro hacia un lado y me miro a mí. Vuelvo a abrir mi caja. Saco todo lo que hay dentro; mis fotografías, mis cartas, mis sentimientos… todo. De pronto noto esa curiosa humedad impregnando mi cara. El río ha vuelto al cauce y no hay suficiente espacio cúbico. Se vuelve a desbordar.
            Sin pensarlo no más de diez minutos, cierro mi caja, dejando un pequeño resquicio en el que se pueda respirar. Estoy otra vez armada. Lista para acabar.

            Salgo a la calle, es el propósito de hoy. Miro los escaparates, entro en los establecimientos, toco las texturas, huelo los olores, cierro los ojos, le doy al ‘play’ y escucho... el tintineo de un cascabel, el replicar de una campana, el paso acelerado de mi entorno. Escucho el océano aún estando tan lejos, el eco de mi voz y una melodía desconocida. Pero no compro nada. No escojo nada. Retomo el paso, sigo caminando.

            Atardece, anoche y amanece, sigo aquí, parada. No había visto jamás una señal de ‘stop’ dentro de la cabeza de nadie. Pero ahí está, la puedo ver aún teniendo los ojos abiertos. Los cierro. Los vuelvo abrir. Y tras cientos de intentos, desaparece. Ahora puedo. Me pongo los zapatos más cómodos del armario y camino. Nadie me marca el camino, no tengo punto fijo, he perdido el Norte.

            Tras largo tiempo buscando, encuentro mi brújula, estaba tan cerca de mí que no lograba verla. Me calzo cualquier zapato, me pongo cualquier ropa, ni siquiera me cepillo el cabello. Agarro las llaves y miro por la ventana. El mundo está ahí. Se mueve. Está vivo. Puedo sentirlo. De pronto mi corazón empieza a palpitar de nuevo. Pon, pon, pon… no se para. Sencillamente un paso acompasado por el correr de mis venas, es perfecto.

            De pronto comienzo a correr, hacia dónde voy. E ahí el misterio. Para de hacerlo. Respiro y dejo que la sangre fluya cada vez más despacio. Retomo el paso, ahora, voy al trote. Vuelvo a respirar. Respiro y mis pulmones se llenan de un delicioso oxígeno. Algo sucede en mi rostro. Mi boca se estira hacía los lados y mis ojos miran un punto fijo. No sé que está sucediendo. Creo que se llama sonrisa, de nuevo corro. El miedo se apodera de mí.

            Amanece. He visto el primer rayo de sol entrando por la montaña. Mis ojos cansados buscan refugiarse en sus párpados. No lo permito. Aunque en algún instante el cansancio se apodera de ellos. Poso mi mirada en algo. Intento apreciar su belleza. Miles de descripciones rondan mi mente; bello, triste, romántico, feliz… todo está en los ojos del que mire.

            Cansada de tanta excitación visual, busco un escondite. Cierro mis ojos. Duermen, con la conciencia despierta. Una sintonía. Un anuncio. Un programa de televisión. El libro que leí. Van pasando poco a poco por mi imaginación. Abro mis ojos.

            De manera intencionada, vuelvo a buscar mi caja. Está guardada en algún rincón inhóspito el cual no consigo hallar. Busco. Observo. Abro mis ojos. Los cierro. Ahí está. Parece que buscando con el alma se hallan las respuestas. Enciendo la luz y destapo mi búsqueda. Siguen ahí. Todo está tal y como lo dejé. Es hora de hacer limpieza.

            Recorro los pasillos. Forzando cada puerta en la que se me cerró el paso. Dejo el contenido adecuado en cada una de ellas. Censuro las puertas selladas. No hay vuelta atrás. Llego al final del pasillo. Todo ha terminado, ya puedo volver a empezar. Dejando algunas puertas abiertas y otras no.

Estoy agotada. Pero de nuevo se dibuja es trazo en mi boca. Creo que se llama sonrisa.

jueves, 26 de enero de 2012

Rugby (L


Estoy cansada de escuchar que el rugby es un deporte de bestias, juego sucio, peleas, gente mala, mal educados o simplemente gente que le gusta zurrar. O que sólo enseña a como ser más agresivos...
Pues a esas gente quiero decirles que a mí... 
El rugby me ha enseñado que el amor verdadero se encuentra en las cosas donde pones valor y esfuerzo. 

Que llorar es de cobardes si no es de alegría.

Que cada golpe es una oportunidad más de avanzar hacia tu destino.

Que el balón es tu vida y no debes dejarla escapar nunca.

Que la magia no sale de la nada, sale del jugador que lucha.

Que la amistad revasa el límite entre gente honesta y emprendedora.

Que la peor decisión que se puede cometer es no tomar ninguna.

Que el calor de tu equipo no lo aporta ninguna estufa.

Que las sonrisas y palabras sinceras brillan en los ojos del emisor.

Que después de caerte y recibir un golpe tienes que levantarte sin más.

Que los individualismos no valen nada si no tienes el apoyo de tus compañeros detrás.

Que el dolor y sufrimiento agotan pero tienes seguridad para salir adelante.

Y pensar que a mí el rugby hace algunos meses no me aportaba nada...
Hoy sé que me hubiese perdido demasiadas cosas buenas si el destino no me hubiese puesto aquí.

Hoy, yo me considero jugadora de rugby de corazón...

Razonamiento.


Dejemos escapar el tiempo, el dolor y la pena. 
Dejemos que la sangre siga corriendo por nuestras venas y que nuestro pulso jamás se pare.
Intentemos que no haya más dolor que nos atormente, que cada día sea un recuerdo bello del anterior. No siempre se gana, pero tampoco siempre se pierde.

Cambiar nuestro mundo puede ser lo mejor, aceptar las cosas y abrir los ojos en cada paso que demos será eternamente lo correcto. No dejarnos engañar por las falsas apariencias, ni creernos todo lo que diga el ser humano. 
A veces debemos de dudar de aquello que conocemos para adentrarnos en lo desconocido.

Lo único que de verdad conozco son mis ideas, por que todo lo demás es inestable y por defecto imperfecto.

martes, 10 de enero de 2012

Jericó y tú.


Jericó estaba rodeada por una muralla de ladrillo doble, con un muro exterior de dos metros de espesor, un espacio de 4.5 metros vacío alrededor y un muro interior de cuatro metros. Su altura, en la época, era de nueve metros. La casa de Rahab (Josué 2:15) se encontraba en el espacio vacío de las dos murallas.

Mi corazón al igual que Jericó está rodeado por una muralla de ladrillo doble, con un muro exterior de dos metros de ancho, un espacio ocupado por tu recuerdo y mi nostalgia de aproximadamente cuatro metros y medio de vacío alrededor. Un gran muro interior de cuatro metros de altura. Escondido allí vivías tú, ocupando cada centímetro con tu aroma y con tus palabras. Esa era tu casa donde habitabas constantemente, tu nombre jamás será descifrado.. porque nadie podría llegar a entender el espacio vacío de nuestras dos murallas.





Porque a veces la caída es necesaria para poder volvernos a levantar con más fuerza.


San nicolás y tú.

Ahora me encuentro, en uno de los sitios más bonitos de Granada.
Gritando en silencio, no quiero romper su calma.

Callando lo evidente, llorando lo imperfecto y perfecto de lo nuestro.
Amando cada recorrido que hacen mis ojos. Amando cada suspiro que sale de mi boca. Amando al ver como una pareja de pinos empujados por el viento intentan juntarse.
Están lejos... pero se huelen, se sienten y en algunos momentos mis pupilas han visto como incluso se tocan.

Veo la luz de sirena de un camión de la basura, y... ¿Sabes qué?, si obvias por un momento el hedor, puedes comprobar como sus anaranjadas luces proyectadas en una pared blanca, también pueden ser hermosas.

Confío en que las hojas vayan cayendo. Porque así, la brisa podría cogerlas despacio y bailar con ellas. Porque así, comienza otro ciclo... olvidando el verano y esperando  la PRIMAVERA perfecta.



PD:  moviendo el mundo hacía la búsqueda de nuestra felicidad.